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Manoloviks Films
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Gos Rampant
- 10-06-2005 11:13
Trompeta negro, acrilico sobre lienzo de Manuel Mendez.
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Uno ha oído hablar mucho de las míticas jam sessions, donde célebres músicos desataban sus mas íntimos fraseos para deleite de una oscura sala entre humaredas de humo. Grandes fotógrafos, artistas, pintores y escritores han expresado y mitificado de mil formas el encanto y el ambiente de esas sesiones.
Quizás, con un regusto melancólico y romántico se recrean esas célebres sesiones en busca de la nota, la melodía o el sonido combinado que nos transporte hacia el lugar de las ideas del vuelo del pájaro.
Uno recuerda o cree recordar, inventa o cree inventar, sin bien ya todo esta inventado o emula, si todo quizás esté también muy “emulado”... el de invocar las sensaciones de muy adentro. ¿A qué se debe esa fascinación, ese lapso de tiempo mágico, esa búsqueda de lo incontrolable. Que hasta lo incontrolable o la improvisación requiere de una determinada técnica. La técnica de la improvisación. La mas estricta improvisación no atendería a supuestas reglas, se podría decir que todo vale en la auténtica improvisación, pero, y existen muchos peros, no todas las notas son buenas para el oyente. De ahí los estudios de armonía, las diferentes escalas tonales dentro de las técnicas de improvisación, pero, ¿quien piensa ya el oyente? ¿La libertad absoluta pasaría por encima de la predilección de los oyentes?
Es el eterno debate, ¿hay que hacer música para uno mismo o para la audiencia? o mas concretamente, ¿hacer música para escuchar o para bailar? ¿Es mas auténtico tocar para sí? ¿Qué es ser auténtico?
El Jazz, como muchas otras músicas se intelectualizó con la llegada de ritmos y escalas complejas. Nació el be bop.
El Jazz sencillo y bailable de la época de Louis Armstrong dejó paso a una cacharrería de grillos infernales que hicieron sentarse a los bailadores. O mejor dicho, los espantó.
¿Es necesario que no te importe quien te escucha? ¿Busca el músico auténtico la mas pura alienación?
Al fin y al cabo, vives de los oídos de los oyentes, si los oyentes no pagan o consumen bebidas. Al fin y al cabo te están pagando para que los entretengas. Muy pocos músicos pueden vivir por entero de su música. Solo algunos pueden tocar de espaldas al público, como Miles Davis. Solo unos cuantos pueden grabar sus propias creaciones. Sus Jam Sessions particulares.
La Jam Session es como el after hours de la actuación oficial donde los músicos se abandonan a la magia del momento. Músicos cansados del repertorio habitual, repetido noche tras noche, para ganar un dinero fijo y que luego intentan alargar en busca de otros sonidos, otras formas o quizás siempre las mismas que otros recorrieron. La búsqueda del estado catársico, en el mejor de los casos. Existen muchas contradicciones en esto de la música. ¿De verdad llevo dentro de mi estas complicadas evoluciones armónicas o me estoy pegando el moco...? ¿O tan solo quiero impresionar a aquella chica, a aquel grupo o a aquel manager? Es el momento del abandono. O no, mi música ratonera responde a esa desazón congénita y esquizofrénica que me remueve las tripas y que he de sacar de algún modo. Ok. Yo no puedo tocar música bailable, ya lo harán otros. Yo quiero ser como Charlie Parker, un yonqui que no podía dejar de tocar las teclas de su saxo. Pero no es por casualidad que muchos músicos negros solo pudieran expresarse con total libertad tocando esa complicada música, era el único espacio de su vida en el que eran totalmente libres. Tiene su explicación, por esos muchos músicos blancos que intentan tocar ese tipo de música no llegaban al público y los que no eran perseguidos por su condición racial, al final tocaban una música suave y pachanguera llamada swing. O acaso, ¿la música bailable es de menor entidad que la música intelectual? Todo tiene un por qué, o no necesariamente, pero cuando la música te llega, te llega de verdad y no sabes muy bien por qué. Sea bailable o no. Porque bailar, bailar se puede bailar todo, solo es cuestión que te penetre de arriba a abajo.
Quizás, con un regusto melancólico y romántico se recrean esas célebres sesiones en busca de la nota, la melodía o el sonido combinado que nos transporte hacia el lugar de las ideas del vuelo del pájaro.
Uno recuerda o cree recordar, inventa o cree inventar, sin bien ya todo esta inventado o emula, si todo quizás esté también muy “emulado”... el de invocar las sensaciones de muy adentro. ¿A qué se debe esa fascinación, ese lapso de tiempo mágico, esa búsqueda de lo incontrolable. Que hasta lo incontrolable o la improvisación requiere de una determinada técnica. La técnica de la improvisación. La mas estricta improvisación no atendería a supuestas reglas, se podría decir que todo vale en la auténtica improvisación, pero, y existen muchos peros, no todas las notas son buenas para el oyente. De ahí los estudios de armonía, las diferentes escalas tonales dentro de las técnicas de improvisación, pero, ¿quien piensa ya el oyente? ¿La libertad absoluta pasaría por encima de la predilección de los oyentes?
Es el eterno debate, ¿hay que hacer música para uno mismo o para la audiencia? o mas concretamente, ¿hacer música para escuchar o para bailar? ¿Es mas auténtico tocar para sí? ¿Qué es ser auténtico?
El Jazz, como muchas otras músicas se intelectualizó con la llegada de ritmos y escalas complejas. Nació el be bop.
El Jazz sencillo y bailable de la época de Louis Armstrong dejó paso a una cacharrería de grillos infernales que hicieron sentarse a los bailadores. O mejor dicho, los espantó.
¿Es necesario que no te importe quien te escucha? ¿Busca el músico auténtico la mas pura alienación?
Al fin y al cabo, vives de los oídos de los oyentes, si los oyentes no pagan o consumen bebidas. Al fin y al cabo te están pagando para que los entretengas. Muy pocos músicos pueden vivir por entero de su música. Solo algunos pueden tocar de espaldas al público, como Miles Davis. Solo unos cuantos pueden grabar sus propias creaciones. Sus Jam Sessions particulares.
La Jam Session es como el after hours de la actuación oficial donde los músicos se abandonan a la magia del momento. Músicos cansados del repertorio habitual, repetido noche tras noche, para ganar un dinero fijo y que luego intentan alargar en busca de otros sonidos, otras formas o quizás siempre las mismas que otros recorrieron. La búsqueda del estado catársico, en el mejor de los casos. Existen muchas contradicciones en esto de la música. ¿De verdad llevo dentro de mi estas complicadas evoluciones armónicas o me estoy pegando el moco...? ¿O tan solo quiero impresionar a aquella chica, a aquel grupo o a aquel manager? Es el momento del abandono. O no, mi música ratonera responde a esa desazón congénita y esquizofrénica que me remueve las tripas y que he de sacar de algún modo. Ok. Yo no puedo tocar música bailable, ya lo harán otros. Yo quiero ser como Charlie Parker, un yonqui que no podía dejar de tocar las teclas de su saxo. Pero no es por casualidad que muchos músicos negros solo pudieran expresarse con total libertad tocando esa complicada música, era el único espacio de su vida en el que eran totalmente libres. Tiene su explicación, por esos muchos músicos blancos que intentan tocar ese tipo de música no llegaban al público y los que no eran perseguidos por su condición racial, al final tocaban una música suave y pachanguera llamada swing. O acaso, ¿la música bailable es de menor entidad que la música intelectual? Todo tiene un por qué, o no necesariamente, pero cuando la música te llega, te llega de verdad y no sabes muy bien por qué. Sea bailable o no. Porque bailar, bailar se puede bailar todo, solo es cuestión que te penetre de arriba a abajo.
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