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Manoloviks Films
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Manolovik
- 26-09-2006 20:40
Vilanova (Óleo sobre lienzo de Manuel Méndez)
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“Los tejados son así... con mil antenas que rascan el cielo gris... hay cuatro gatos junto a mi...” decía la canción de Cómplices.
De los tejados, las golfas y los gatos recuerdo el episodio del Tambor de Hojalata de Günter Grass, el trompetista que vivía en un estudio con cuatro gatos y un día los mató a todos con el atizador de la chimenea... la transformación de un músico bohemio que acabó en la banda de música militar gritando las consignas del Tercer Reich.
Todo ese libro, que por cierto voy a releer de nuevo, seguro tiene infinidad de pasajes para la reflexión.
Pero me gustaría hablar tan solo de terrados, tejados y de recuerdos. Cuando mi madre subía a tender la ropa y yo lanzaba aviones de papel, con papel de propaganda. Luego fue el estudio de mi amigo Juan en Hospitalet. Aquella mini estancia donde revelaba fotos, hacíamos fiestas y llevábamos chicas... a escuchar música. Y su terraza minúscula. Y de gatos, me acuerdo del gato que tenía Juan, el ... no me acuerdo el nombre, que era muy malo, que no lo podías tocar si él no quería. Juan también tocaba la trompeta, fue allí donde me vino el gusanillo y yo luego años después también viví en un estudio, cuando me vine a Vilanova... por eso mi inquietud hacia el capítulo del trompetista del Tambor de Hojalata. Aquella persona que, de repente, odió todo cuanto tenía. Y ahora que vemos también tantos cambios, tanta incomprensión y tanto discurso excluyente desde muchas partes. Por eso muchas veces, subo a mi terrado a observar el mundo, a vernos como somos. Un poco insignificantes. Y me quedo mas tranquilo.
Los terrados por las tardes, cuando se va yendo el sol, cuando las sombras engullen todo cuanto encuentran y el cielo adquiere esos delicados y vivos colores. Cuando se enciende una ventana y pasa una sombra, el olor a desagües de agua de lluvia, no especialmente desagradables, el vuelo alocado y ruidoso de los vencejos, las miradas furtivas, los sonidos amortiguados... alguien tiende la ropa ajeno a nuestra mirada, otro riega las plantas, como la madre de Marcelo Mastroiani en la película Macaroni de Ettore Scola. En esas horas del ocaso que llega sin prisas pero sin pausas, inexorable, como una metáfora de la vida que se extingue.
De las antenas y los tejados recuerdo mi época como instalador de antenas. Si, mi historial de trabajo comienza ahí, antenas, porteros electrónicos, alarmas y antenas parabólicas... de 3 metros de diámetro. Antes los satélites disponían de otra tecnología y era lo que había para comenzar a trabajar de inmediato.
Si hijo, todos hemos tenido un pasado, si no, pregúntale al Txumari Alfaro, el de la botica de la abuela o a un conocido político de por aquí. (Que no daré nombres por más que me torturéis.)
La historia del Txumari es bien sencilla. Como en Pamplona “hace un frío que te jodes”, como dicen ellos, el bueno del Alfaro se lo pensó bien y decidió no pasar mas frío.
¿Y qué hizo? Pues, especializarse en remedios caseros. Conozco gente que media hora antes de empezar un programa les preguntaba, tú dime términos técnicos, dime palabras raras... las memorizaba y para cuando pinchaban la cámara él las recitaba y enlazaba haciéndolas incluso, creíbles. Todavía la gente se esta riendo, descojonando, como se dice allí, del remedio que les dio a las personas con reuma, les instó a que se pusieran una castaña cruda en el sobaco... Habría que estudiar por qué la profesión de instalador de antenas ha dado esa lista tan extensa de fantasmas y farsantes...
Cuando miras el skyline, la silueta, el contorno de las ciudades con el cielo, notas que esta también ha ido cambiando mucho. Las antenas han dado paso a las torres de construcción y a las antenas parabólicas. Una cosa que me llamó mucho la atención en Vilanova son los depósitos del agua, nada que ver con Barcelona.
Bueno, creo que es hora de irse ya, el sol va cayendo, las tardes se hacen mas cortas y luego vendrán las depresiones anímicas cuando cambien la hora. Ahí os dejo con vuestros tejados y vuestras azoteas para que os adentréis en ellas y que los ruidos de la cabeza pierdan un poco su intensidad. Apartarnos por un instante de todas esas cosas vagas e inciertas que pasan por allá abajo.
De vez en cuando, hay que darle un respiro a las cosas. ¿No os parece?
De los tejados, las golfas y los gatos recuerdo el episodio del Tambor de Hojalata de Günter Grass, el trompetista que vivía en un estudio con cuatro gatos y un día los mató a todos con el atizador de la chimenea... la transformación de un músico bohemio que acabó en la banda de música militar gritando las consignas del Tercer Reich.
Todo ese libro, que por cierto voy a releer de nuevo, seguro tiene infinidad de pasajes para la reflexión.
Pero me gustaría hablar tan solo de terrados, tejados y de recuerdos. Cuando mi madre subía a tender la ropa y yo lanzaba aviones de papel, con papel de propaganda. Luego fue el estudio de mi amigo Juan en Hospitalet. Aquella mini estancia donde revelaba fotos, hacíamos fiestas y llevábamos chicas... a escuchar música. Y su terraza minúscula. Y de gatos, me acuerdo del gato que tenía Juan, el ... no me acuerdo el nombre, que era muy malo, que no lo podías tocar si él no quería. Juan también tocaba la trompeta, fue allí donde me vino el gusanillo y yo luego años después también viví en un estudio, cuando me vine a Vilanova... por eso mi inquietud hacia el capítulo del trompetista del Tambor de Hojalata. Aquella persona que, de repente, odió todo cuanto tenía. Y ahora que vemos también tantos cambios, tanta incomprensión y tanto discurso excluyente desde muchas partes. Por eso muchas veces, subo a mi terrado a observar el mundo, a vernos como somos. Un poco insignificantes. Y me quedo mas tranquilo.
Los terrados por las tardes, cuando se va yendo el sol, cuando las sombras engullen todo cuanto encuentran y el cielo adquiere esos delicados y vivos colores. Cuando se enciende una ventana y pasa una sombra, el olor a desagües de agua de lluvia, no especialmente desagradables, el vuelo alocado y ruidoso de los vencejos, las miradas furtivas, los sonidos amortiguados... alguien tiende la ropa ajeno a nuestra mirada, otro riega las plantas, como la madre de Marcelo Mastroiani en la película Macaroni de Ettore Scola. En esas horas del ocaso que llega sin prisas pero sin pausas, inexorable, como una metáfora de la vida que se extingue.
De las antenas y los tejados recuerdo mi época como instalador de antenas. Si, mi historial de trabajo comienza ahí, antenas, porteros electrónicos, alarmas y antenas parabólicas... de 3 metros de diámetro. Antes los satélites disponían de otra tecnología y era lo que había para comenzar a trabajar de inmediato.
Si hijo, todos hemos tenido un pasado, si no, pregúntale al Txumari Alfaro, el de la botica de la abuela o a un conocido político de por aquí. (Que no daré nombres por más que me torturéis.)
La historia del Txumari es bien sencilla. Como en Pamplona “hace un frío que te jodes”, como dicen ellos, el bueno del Alfaro se lo pensó bien y decidió no pasar mas frío.
¿Y qué hizo? Pues, especializarse en remedios caseros. Conozco gente que media hora antes de empezar un programa les preguntaba, tú dime términos técnicos, dime palabras raras... las memorizaba y para cuando pinchaban la cámara él las recitaba y enlazaba haciéndolas incluso, creíbles. Todavía la gente se esta riendo, descojonando, como se dice allí, del remedio que les dio a las personas con reuma, les instó a que se pusieran una castaña cruda en el sobaco... Habría que estudiar por qué la profesión de instalador de antenas ha dado esa lista tan extensa de fantasmas y farsantes...
Cuando miras el skyline, la silueta, el contorno de las ciudades con el cielo, notas que esta también ha ido cambiando mucho. Las antenas han dado paso a las torres de construcción y a las antenas parabólicas. Una cosa que me llamó mucho la atención en Vilanova son los depósitos del agua, nada que ver con Barcelona.
Bueno, creo que es hora de irse ya, el sol va cayendo, las tardes se hacen mas cortas y luego vendrán las depresiones anímicas cuando cambien la hora. Ahí os dejo con vuestros tejados y vuestras azoteas para que os adentréis en ellas y que los ruidos de la cabeza pierdan un poco su intensidad. Apartarnos por un instante de todas esas cosas vagas e inciertas que pasan por allá abajo.
De vez en cuando, hay que darle un respiro a las cosas. ¿No os parece?
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