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El Bloc del Coch
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Jordi Coch
- 13-12-2010 12:42
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Los desmanes del narcisista.
El narcisismo es un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen que la persona crea de sí misma. Al narcisista le preocupa su apariencia y lo que de ella se deriva: ser el más admirado, poderoso o deseado; ser el centro de atención. Tiende a ser seductor y manipulador, con el objetivo de ocupar ese ansiado lugar donde él se sabe protagonista. Se muestra soberbio, arrogante, vanidoso, engreído, cínico y desdeñoso. Su enorme ego le lleva a ser egoísta: compláceme y admírame es su lema. Actúa con frialdad y se centra en sus propios intereses. Ensimismado e incapaz de amar, vive preso en la jaula de sus sentimientos de grandiosidad, que le aíslan de la relación auténtica, íntima y humana. Carece de la empatía necesaria para sentir con los demás, para compartir el dolor y el sufrimiento de otros seres humanos.
Además, tal y como muestra el mito, el sujeto narcisista sólo admite un reflejo positivo procedente del exterior. La opinión discrepante, la crítica o la llamada a que asuma su responsabilidad ante la crisis generada por su acción insensata no la acepta, y puede provocar represalias: desde la exclusión hasta la violencia física hacia aquel que lo confronta.
El narcisista se siente infalible y perfecto; él jamás se equivoca. Si al narcisismo le añadimos además una buena dosis de paranoia (lo cual es habitual), el delirio resultante puede dar lugar a la creación de las más aberrantes conspiraciones para inculpar a otros y ganar tiempo en la escapada de sus desmanes. Frente al discurso con el que se siente herido, el narcisista cierra filas, utiliza la mentira y el insulto en lugar del diálogo, o, lo que es peor, promueve la cruzada contra aquel que cuestiona sus criterios.
En el narcisista, las fantasías de grandeza y ambición desmedida conviven con profundos (y a menudo inconscientes) sentimientos de inferioridad y, en consecuencia, de una excesiva dependencia de la admiración y aclamación externa. Y es que para el narciso el otro no existe como ser humano, sino que es un objeto que está allí para complacerle, amoldarse a sus deseos y, cómo no, darle siempre un reflejo positivo.
La prepotencia y la arrogancia, síntomas de la personalidad narcisista, unidas a una apariencia de gran seguridad e invulnerabilidad, han generado a lo largo de la historia sujetos que en el ejercicio del poder han demolido su entorno discrepante . Y es que, absorto en su idea de grandiosidad, el narcisista desconoce la compasión, la justicia, el bien común y la responsabilidad, aunque cínicamente y para su conveniencia haga de ellos su estandarte.
También se puede hablar de organizaciones o incluso de sociedades narcisistas. Un gobernante que desatiende las demandas de la práctica totalidad de su población o que sacrifica su medio natural para obtener dinero son ejemplos del narcisista que carece de la sensibilidad suficiente para atender las necesidades humanas. Tal y como describía el experto en esta enfermedad Alexander Lowen, "cuando la riqueza material está por encima de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la propia cultura está sobrevalorando la imagen y hay que considerarla como narcisista".
En definitiva, el narcisismo es una enfermedad psicológica de la que podemos ser víctimas indirectas y muy sufridas en lo individual y en lo colectivo. Frente a ella cabe la vacuna de la prevención, que nace de la información sobre el proceder del narcisista para evitar ser arrastrados por los fantasmas que nacen de su delirio, manipulación y ambición. A los narcisistas siempre les queda la opción de hacer un profundo examen de conciencia o ponerse en manos de un buen psicoterapeuta; pero obviamente, y por desgracia, eso es harto difícil.
Nota: Qualsevol semblança amb algun personatge polític de Cubelles és pura coincidència.article d’opinió subscrit i compartit per. J. Coch.
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