Negocios de sobremesa

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Aquella mañana de enero, prometía ser expectante. Gemma trabajaba como redactora en una considerada y prestigiosa revista de moda de la ciudad condal. Era lunes, y como todos los lunes se reunían todos los redactores para mediar sobre los temas de interés que iban a tratar durante la semana. Su apretada agenda hacía que tuviera mil cosas que atender, por lo que aquella mañana se retrasaba considerablemente.

Al percatase de la hora decidió tomar un taxi, que la llevaría directamente a la redacción. De camino, ella termino de adecentar su maquillaje, para intentar ocultar las muestras de cansancio, pues había estado trabajando en un artículo que le llevo toda la noche en vela. Gemma, era elegante y cuidadosa con su aspecto físico. Cautelosa y perfeccionista. Sabía que en su profesión tenía que mimar hasta el último detalle si quería no pasar desapercibida. Su deslumbrante belleza y su astuta inteligencia no en vano la hacían merecedora del puesto que ocupaba.

Llegando al Passeig de Gràcia, el taxi la dejó en la puerta de las oficinas. Agarró su maletín y pintó sus labios de rojo carmín y posteriormente, bajó del coche. Allí mismo, en la acera, frente al edifico dónde se hallaba la revista, cambio sus zapatos por unos tacones de aguja, y con paso firme entró en la recepción y fue derecha al ascensor. En el espejo del ascensor divisó que todo estuviera correctamente en su lugar.

Aquella mañana vestía un elegante traje chaqueta falda en cuadro de Gales, negras medias de seda y bajo el traje una blusa blanca sobre la cual muy bien anudada lucía una brillante corbata negra. El pelo perfectamente recogido, y en sus orejas unas perlas. Anduvo un largo pasillo hasta llegar a la sala de juntas. Su ajustada falda dibujaba un minucioso balanceo. Era un vaivén de caderas ejecutado al andar con seguridad y firmeza. Era un movimiento voluble, majestuoso. Cada vez que anteponía un pie frente al otro al pisar el suelo parecía que sus piernas flotaran en el aire, talmente, parecía una diosa en una oración elevada al momento. Radiaba sensualidad a cada paso.

Todos y cada uno de los allí presentes, expectantes, admiraban su belleza y tesón. Al entrar en la sala de Juntas pidió disculpas por el retraso y posteriormente fue a ocupar su lugar. Ella ocupaba un lugar al otro lado de la sala. Junto a un gran ventanal, a la izquierda del director jefe. Recorrió una larga mesa de cristal, a su paso despertaba gran excitación. En el ambiente se respiraba la esencia que ella poco a poco desprendía a cada paso que daba. Un dulce olor a Jazmín y flor de azahar, algo que embriagaba los sentidos hasta elevarlos al delirio. Una vez en su puesto, colgó su abrigo y con sutileza se sentó cruzando sus piernas. Una de sus rodillas quedó al descubierto, apuntando al director. Levanto su vista y le miró. Su gélida mirada la hacía tremendamente irresistible.

Gemma escuchaba atenta las palabras del director. Él, era un hombre de mediana edad, de aspecto azaroso. Vestía bastante casual, unos vaqueros y una camisa de rallas desabotonada y bajo esta, una camiseta de manga corta, zapatillas deportivas y unas pulseras de cuero, que le identificaban como el eterno joven. Bajo su barba, su cara curtida por el sol. Su desaliñada melena morena le daba un aire aventurero y peligroso, que le hacía tremendamente seductor.
Gemma interesada en sus palabras le miraba con cautela, mientras deslizaba sus dedos entre su pelo. Con delicadeza se desprendió de la pinza que sujetaba esté. A la luz quedó su preciosa melena castaña, casi rojiza. Ella andaba anudando los dedos a sus rizos. Una y otra vez, mientras mordisqueaba con cautela sus labios.

Él no desviaba ni un sólo momento su mirada, la tenía fija en ella, la admiraba y la deseaba sumamente. Deseaba tocar su piel, olisquearla palmo a palmo, embriagarse de su enérgico olor, enajenarse al notar su sabor. Poseerla para sí mismo y culminar su entusiasmo hasta la cúspide del placer. Poco a poco la temperatura de la sala se iba incrementando, y al notar el calor, suavemente se desprendió de su americana, y la reclinó sobre el respaldo de su silla.
Se levantó y tomó la palabra. Gesticulaba todo el rato mientras hablaba. Después de largo rato debatiendo, tenía la boca seca, casi sin saliva. Apenas podía accionar palabra. Tomó su vaso de la mesa y se dirigió a beber un sorbo de agua. Arrimó el vaso a su boca, y los cubitos de hielo acariciaban sus tersos y carnosos labios. Bebió y embriago a los presentes con aquellos inocuos fluidos.

Retomó la conversación, y sus palabras avivaban su calor, lo que la llevó a aflojar el nudo de su corbata y a desabrocharse unos botones de su camisa. Gemma tomó aire, y notó como su pecho se hinchaba. Un vertiginoso escote vislumbraba el encaje de su sujetador. Una exquisita combinación de malvas y grises, bajo un fondo negro. El director se percató de aquel majestoso arco iris de satén y encaje. Finalizó su presentación y se sentó. Advirtió los ojos deseosos del director sobre su escote. Aprovechó el momento para cruzar de nuevo sus piernas y mientras lo hacía subió ligeramente su ajusta falda y insinuantemente mostró el liguero que sujetaba sus medias de seda y encaje. Ella movía su torso mientras sostenía un lápiz que andaba deslizando por sus labios. Dejó el lápiz sobre la mesa para que posteriormente su mano, muy despacio, resbalara sobre su corbata. Podía notar el tacto frío de la seda sobre su piel. Eso la estremecía y le fascinaba, mientras contenía el aliento mordiendo sus labios y gimoteando en silencio.

Él seguía mirándola, ardiente de pasión. Se acerco a ella y dulcemente le susurró al oído....."Te voy a amar. Quiero oír el sonido de tu voz, esa que sigilosa escondes mordisqueando tus labios". Una sonrisa se dibujo en su rostro. Una vez finalizada la reunión se quedaron a solas, y allí ella terminó de desabotonar su camisa. Se la quitó, quedando a la luz su sujetador. Ese arco iris de grises y malvas, esa combinación de satén y seda que voluptuosamente realzaba sus senos y los hacía más bellos y esplendorosos. Alzó sus manos hacía su cuello y se desprendió de su corbata. Lentamente la deslizó por su torso medio desnudo, podía notar su dulce y gélido tacto. La sostuve en el aire mientras le miraba fijamente y se abalanzo sobre él, para posteriormente atarlo y tumbarlo sobre la gran y helada mesa de cristal. Una vez allí levanto su falda y subió sobre él y allí en medio de la sala de juntas atentos a ser sorprendidos, dieron rienda suelta a sus fantasías.

Al salir, por el sofoco, ella se percató de que había dejado olvidado su maletín, en la sala de juntas y al volver a entrar, él sostenía su maletín. Se lo tendió y al cogerlo, él agarró su mano, y con ímpetu la acerco hacía sí mismo. Él se acercó y retiró su melena del oído y le susurro: "te deseo, te deseo tanto.......deseo poseer de nuevo cada centímetro de tu piel, notar cómo te estremeces entre mis brazos, deseo ardientemente notar tu aliento sobre mi cara". Ella le mostró indiferencia, y él en un acto enajenado, la cogió por la cintura, y empezó a besarla.

La arrimó contra la pared. Le quitó la corbata para vendarle los ojos, y allí levantó su falda, despacio. Disfrutando de el tacto dulce de sus medias de seda. Con una mano sujetaba uno de sus muslos, mientras que con la otra desabrochaba su camisa. Su mano iba deslizándose por su torso. Introducía sus dedos en el sujetador, besaba su cuello, lamía sus pechos. Su cuerpo excitado se estremecía. Ante tanta exaltación la alzó en el aire y contra la pared la poseyó una y otra vez. Gemma gemía loca de pasión, y él adoraba cada uno de sus gemidos de sus gritos, notaba como ella se agarraba fuertemente a él. Podía notar sus uñas clavadas en su espalda, como Gemma deslizaba sus dedos por su fuerte espalda y trepaba hasta llegar a su cabeza, allí sus dedos se enmarañaban entre la melena de él, y acto seguido, juntos, se unieron en único y extenso gemido, que los llevo a alcanzar el clímax.

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