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Susúrramelo al oído
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ANAÏS NIN ANAÏS
- 07-06-2010 12:49
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Debía darle un giro a mi vida o yo misma me ahogaría en mi propia pena. Después de una larga estancia en la ducha, me puse frente al espejo. Allí sequé mis penas y decidí no venirme abajo. Había luchado media vida por conseguir lo que tenía. No estaba dispuesta a perderlo todo porque mi marido no sabía mantener los pantalones en su sitio, y necesitará tener una aventura con una veinteañera, para mantener su ego y su afán de Peter Pan vivo.
Así que eché mano de mis amigas y una de ellas me recomendó uno de los mejores abogados de Zaragoza. Me engalané y me dirigí a su despacho. Me desplacé andando y de camino iba admirándolo todo. Viéndolo con otra luz. Un fuego se había apagado en mí, pero de esas cenizas resurgía una nueva y tempestuosa Silvia. Cerca ya del despacho me paré a admirar el escaparate de una prestigiosa firma londinense. Y allí, frente a ese amplio cristal, embelesada, contemplaba su nueva colección y quedé fascinada por una de las gabardinas; púes era la prenda estándar de la firma.
Yo siempre había querido tener una de esas en mi armario, pero Guillermo a menudo me recordaba lo caras que eran y lo mucho que se alejaban de nuestro presupuesto. Así que después de deleitarme un rato, inhalé aire a la par que alzaba mis hombros convenciéndome que Guillermo llevaba razón, y emprendí de nuevo mi marcha hacia el buffet. Una vez allí, pregunte por el letrado a la recepcionista. En ese buffet habían varios abogados, aunque a mí personalmente tan sólo me importaba el que mi amiga me había recomendado: Gonzalo Martínez. La recepcionista no tardaría en hacerme pasar a su despacho. Una vez allí, amablemente me dio la mano y se presentó haciéndome sentar. Acto seguido me pidió que le expusiera el caso.
Yo le conté todo lo que sucedió y le pedí asesoramiento judicial. Él me indicó que por la delicada situación, al haber menores de por medio, lo mejor sería un divorcio de mutuo acuerdo, con el fin de evitar daños colaterales. El mismo redactaría el acta de divorcio y se la haría llegar a mi marido. Me dijo que no debía preocuparme de nada, que estaba en buenas manos. Empezó a rellenar unos formularios y yo absorta, le admiraba coger la estilográfica. Lo hacía con seguridad, firmeza y mucha fragilidad. Sus manos eran unas manos delicadas, de piel fina, pero a la vez eran firmes, pues en el apretón de la presentación así me lo exteriorizó. Vestía traje gris oscuro con ralla diplomática. Una camisa en lila clarito y una corbata en tonos burdeos. Era castaño claro, de pelo rizado. De tez pálida y blanquecina; supongo que sería de pasar tantas horas en el despacho. De mirada alegre y brillantes ojos color miel, transmitía paz y sosiego. Sus delgados labios marcaban una risueña y peculiar sonrisa. Yo le miraba con cautela. No era el hombre más apuesto del lugar, pero no se por que, una parte de mi se sintió tremendamente atraída por él. Levantó la vista de los documentos y me sorprendió observándole. Un leve rubor enrojeció mis mejillas y él al percatarse, se alegró. Dijo que debía llevarle las escrituras de la casa y de todos los bienes que poseíamos en común Guillermo y yo, para ver que me pertenecía a mí jurídicamente. Así que quedamos en vernos en un par de días.
Transcurridos los dos días me presenté en el despacho de Sr. Martínez para entregarle los documentos que me había solicitado.
- Por favor Silvia puedes tutearme, a mí me gusta tener un trato personalizado con cada uno de mis clientes.
- Claro Gonzalo, para mí también será más cómodo. Aquí te traigo todo lo que me pediste. -Le dije yo.-
Él tras su mesa, cauto observaba la documentación que yo le había llevado. Yo no podía dejar de observarle, y al hacerlo un repentino calor invadía mi cuerpo. Llevaba mi melena rizada recogida con uno de esos pinchos japoneses, y una camisa blanca, sobre unos vaqueros.
Yo seguía mirándole fijamente y en ese preciso instante, cientos de pensamientos impúdicos pasaron por mi mente. El pulso se me aceleraba, me hallaba inquieta y ya no sabía como sentarme. No quería que notara que me gustaba ese momento, pero tampoco quería que pasara desapercibido. Así que empecé a tontear con él, después de todo, en breve iba a ser una mujer libre.
Me solté el pelo y empecé a acariciármelo. Sutilmente, sin descaros, enmarañaba una y otra vez los rizos entre mis dedos. Luego, mientras él me contaba que podíamos solicitar en el juicio, yo pasé a mordisquear el palillo, con una mirada sugerente y pícara. Imaginaba como mordisquearía sus labios. Intentaba apreciar como sería el sabor de sus besos. A que sabría su saliva mezclada junto a la mía, que sentiría al notar su lengua recorriendo mi boca. Me percaté que a él no le molestaba, incluso aseguraría que le agradaba, así que continué con el camelo, hasta que entró la recepcionista para recordarle que en diez minutos tenía una reunión muy importante.
Quedamos para el día siguiente, y así seguir hablando del tema. Él se fue directo a la reunión. Al volver a casa me detuve de nuevo frente a la tienda de la firma londinense. Observé de nuevo la gabardina, esta vez no encogí mis hombros y me dispuse a entrar a comprarla. Al llegar a casa la desempaqueté. Las dependientas la habían envuelto cuidadosamente en papel de seda y luego la introdujeron en una gran bolsa y la cerraron con un lazo de los checks distintivos de la firma. A la mañana siguiente dejé a los niños en el colegio, y fui directa al despacho de Gonzalo. La recepcionista no estaba y al ver la puerta entreabierta, entré. Allí estaba él, tras su mesa llena de papeles, atendiendo a un matrimonio que discutía por el tema de una herencia. Me pidió que tomara asiento que en breve me atendería. Me senté frente a él, a unos metros tras su mesa, justo detrás de la pareja. Le observaba en silencio, tan serio, tan convincente. Verle debatir de esa forma me excitaba de forma inusitada.
Esa mañana me sentía tremendamente segura de mi misma, capaz de cometer las locuras más descabelladas y fascinantes del mundo. Los celos, habían roto mi timidez. Estrené para ese momento mi gabardina y quería que Gonzalo se percatara de lo bien que me sentaba.
Mi cuerpo estaba perfectamente proporcionado; combinando la líneas incisivas de una mujer delgada con una provocadora madurez. El cinturón de la gabardina marcaba mi estrecha cintura, lo que realzaba la prominencia de mis pechos. Así que me levanté de la silla y me dispuse a recorrer la habitación. Me dirigí hacia la ventana. Durante un momento se hizo un gran silencio y tan sólo se oía el taconeo de mis zapatos. Sobre ellos me sentía fascinadora, sensual y elevadamente importante. Al andar mi melena iba siguiendo el mismo ritmo que mi paso. Contraponía un pie frente al otro, contoneando mis caderas, en un armónico movimiento junto con mis brazos. Llegué a la ventana, saqué mis manos de los bolsillos y me dispuse a fumar un cigarrillo.
Podía notar los ojos de Gonzalo clavados en mi nuca, así que me puse de perfil para que me viera. Levantando mi mano a la altura de mis ojos, sujetaba el cigarrillo y con la otra; las yemas de mis dedos acariciaban mis labios. Al finalizar, volví a tomar asiento. Me senté cruzando mis piernas y alcé la vista hacia la mesa. El inclinó la cabeza para mirarme y me sonrió. En agradecimiento abrí ligeramente mi gabardina dejándole ver una de mis medias. Los ojos se le engrandecieron en cuestión de segundos. En un momento que la pareja se separó, nos miramos frente a frente. Picaronamente le sonreí. Apoye mis tacones en el suelo y descruce mis piernas separándolas ligeramente, mostrándole el liviano contenido de mi atuendo y dejando a la luz una pequeña parte de mi desnudez. Noté como me deseaba. Su deseo avivaba mi libido y elevaba mi ansia por exhibirme frente a él. Cuidadosamente introduje mi mano dentro de la gabardina deslizándola por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Acariciándolo suavemente, notando como se erizaba mi piel al imaginar sus manos sobre el. Paulatinamente se iba encogiendo la aureola que envolvía mi pezón, poniéndolo duro y puntiagudo, mientras que con la otra mano, sujetaba fuertemente la solapa llevándola a mi boca para silenciar mis suspiros en un intenso mordisco. Gonzalo no desprendía su mirada de mi. Se mostraba receptivo, quería más, y era obvió que a mi me apetecía mucho dárselo. El matrimonio seguía hablando, ajenos a todo lo que estaba sucediendo. Solté mi pecho y saqué la mano de la gabardina.
Empecé a desabotonar uno a uno los botones, introduciendo mis dedos en los ojales, disfrutando y notando el roce de estos en mi piel. Me complacía con cada uno de mis movimientos y mi mirada evocadora e invitadora le sugería que no dejara de mirarme. Estaba experimentando un placer absolutamente desconocido, pero fascinante e intenso en toda su trama. Desabotoné la gabardina justo hasta la cadera, y ante su absorta contemplación, la abrí; quedando mis senos a la luz. Mordisqueaba mis labios. Mi lengua se tornaba cada vez más ávida, como sí se hubiera convertido en un órgano sexual autónomo y como tal, necesitaba gozar, así que la punta de mi lengua empezó a deslizarse por mi hombro, acariciándolo y humedeciendo parte de mi ardorosa piel. Una sensación deliciosa que me llevo a sujetar uno de mis pechos y lamerlo con un lascivo apetito, codiciando así su lengua por todo mi cuerpo. Cerré los ojos a sabiendas que en cualquier momento podrían verme, y seguí deleitándome en un silencio evocador. Abrí los ojos para observar que Gonzalo seguía mirándome, y ahí, tras la mesa seguía atento a todo. Sólo tenía ojos para mi, así que debía complacerle. Pose las palmas de mi manos sobre mis pechos. Los agarré con fuerza mientras mi mirada lujuriosa seguía clavada en él y lentamente las deslice por mi vientre, a la vez que mi lengua juguetona se relamía de gusto.
Gonzalo estaba absorto, fuera de sí. Intentaba mediar palabra, pero estas se entrecortaban.
Desde mi posición podía notar sus ardientes latidos, imaginando como de latente se hallaría su miembro. Junté mis piernas, contrayendo mis muslos fuertemente. Notaba como mi vulva se contraía junto a ellos. Seguí deslizando mis manos y me encontré con el último botón. Gonzalo hizo un gesto con la cabeza, rogando que no lo desabotonara, pero yo, terriblemente ansiosa, desobedecí su ruego. Necesitaba hallar donde se concentraban todas mis ardientes sensaciones. Necesitaba tocar, al igual que deseaba ser tocada, pero antes quería mostrarle mi ataviado pubis, depilado para la ocasión con una fina línea de bello. Veía su cara de apetencia y de deseo. Nuestra armonía era perfecta: su excitación crecía en el mismo intervalo de tiempo que su ansia por acariciarme, por poseerme. Su ambición era equivalente a la mía. Así que pase a mostrarle anticipadamente como debía hacerlo.
Deslicé la punta de mis dedos por mi bello pubico, acariciándolo suavemente una y otra vez. Seguí bajando mi mano y esta empezó a humedecerse. Me sentía tremendamente excitada, y continué acariciando mis labios externos y posteriormente los internos, quedando mi dedos completamente bañados por mis salobreños fluidos. Contenía el aliento, ahogando mis deleites en mi misma, eso intensificaba mi exaltación.
De repente, la voz de Gonzalo alteró mi fogosidad.
- Creo que este caso obviamente debería contrastarlo con el Sr. notario, hay cosas que en estos momentos se me escapan de las manos, así que mi secretaría les dará cita para otro día. Al oír eso yo me apresuré a taparme, cerré la gabardina con el cinturón. Me estaba percatando que no podía deleitar más la espera y estaba llegando la hora de que atendiera mi caso, que en esos momentos urgía muchísimo más.
- Claro Sr. Martínez lo que usted vea más oportuno. -Dijo el matrimonio.-
- Pues así lo haremos. Yo mismo iré a la notaria y allí hablaré con el Sr. Notario mirando de esclarecer el asunto. Disculpen si no les acompaño a la puerta, pero tengo un caso urgente que atender con la Sra. Silvia. Pídanle cita a mi secretaria, ella les atenderá.
-No se preocupe Sr. Martínez, así mismo lo haremos.
Por fin estábamos solos, llego el momento de que me atendiera a mi.
- Silvia, ¿te parece bonito lo que acabas de hacer?, casi me da un infarto. ¿Pretendías matarme?.
-¡Nooo!, para nada, no era esa mi intención Sr. Martínez.- Una leve y malévola sonrisa se dibujaba bajo mi nariz.-
- ¿Y cual era tu intención Silvia?. No me he podido levantar de la mesa para despedir a mis clientes.
- ¡Vaya!, no veo por que.
- ¿No ves por que?, ¿qué pretendías, que vieran lo que has conseguido suscitar?.
- Veo que entonces me prestaste atención.
- Como no iba a hacerlo Silvia, me pusiste taquicárdico, no podía ni sostener mi pluma en la mano. Jamás antes ninguna mujer había logrado excitarme de tal forma. ¿En que estaría pensando tu marido al liarse con una jovencita?. ¡Eres una mujer increíble, capaz de hacerle perder el sentido a cualquier hombre!.
- ¡Pues hagamos que lo pierdas del todo!.
Me levanté de la silla y me dirigí hacía su mesa; sin prisa, muy lentamente, quería seguir disfrutando del momento. Llegué hasta la mesa y me senté sobre ella, frente a él. Dejé caer mis zapatos al suelo, coloqué un pie a cada lado, justo sobre los reposabrazos y abrí mis piernas. Gonzalo se hallaba recostado en su sillón, ensimismado, pendiente de cual sería mi siguiente movimiento. Me incliné sobre él y le susurré algo al oido:
- ¡Mi cuerpo te desea, quiero saber a que sabes, quiero sentirte dentro de mi!. Le agarré por la corbata y lo acerqué a mi boca. Pase a lamer sus labios, a mordisquearlos y en un arrebato, le besé con frenesí. Llene mi boca con su lengua y intercambiamos nuestras salivas. Sus besos eran apasionados y profundos. Intensos en toda su forma y gusto. Bajé mis pies de los reposabrazos y los puse justo encima de sus pantalones. Con delicadeza estuve paseando uno de estos por encima de su protuberancia. Podía notar que cuanto más acariciaba mi pie sobre la cremallera de su pantalón, más se iba engrandeciendo su falo. A la vez que lo friccionaba, engullí mis dedos en mi boca, lamiéndolos y saboreándolos con atrevimiento, tal como lamería su miembro si lo introdujera en ella. Su cara era el reflejo de que ansiaba liberarlo, pero quise dilatar la espera y hacer que enajenara un poco más, disfrutando de ese momento de dominio y control.
Gonzalo tomó mi cintura y pasó a desabrochar el cinturón y retirar mi gabardina. Mantuvo sus manos en mi cintura desnuda y se apresuró a explorar mi cuerpo con sus manos. Observaba y acariciaba mi piel, notaba sus dedos aquí y allá intentando conocerme y a la vez retenerme. Pasó a besarme con vehemencia, a mordisquear mi cuello, a relamer mis pechos ansiosamente. Era como un animal salvaje hambriento de emociones. Me recostó sobre sus papeles, encima de la mesa y colocó una de mis piernas sobre su hombro. Lentamente empezó a deslizar sus manos por mis muslos, poco a poco fue desprendiéndose de la media. Una vez se deshizo de ella introdujo la punta de mi pie en su boca. Notaba su efusiva saliva. Podía notar la punta de su lengua entre mis dedos. ¡Era fascinante!. No pude aguantar y empecé a suspirar enérgicamente y a medida que iban creciendo mis suspiros se tornaban gemidos, que esta vez no silenciaba. Gonzalo disfrutaba al verme gozar y continuó. Su lengua prosiguió lamiendo mis pantorrillas, ascendiendo hacia mis muslos. Mi cuerpo se estremecía por momentos, estaba experimentando algo inaudito pero extraordinariamente fascinador. Una vez llego a mis ingles se detuvo, levantó la vista y me miró, tal como le había mirado yo anteriormente. Deseaba más; y al notarlo él continuó lamiendo mi ingle y de allí paso a deslizar su lengua por mi pubis, lamiendo mis labios, succionándolos, introduciéndolo su lengua en mi vulva, notando como cada vez se iba humedeciendo mucho más. Yo le acompañaba en un movimiento armónico de cadera. No podía aguantar más, le suplique que me penetrará, necesitaba sentirlo dentro de mi.
Me incorporé y fui directa a su pantalón. Había llegado la hora de liberar al miembro de su prisión. Lo sostuve en mis manos. Tan endurecido, totalmente erecto, lo arremetí para que entrara en mi vulva, quería sentirlo en mis adentros. Yo estaba tan mojada y derretida en su pasión, era tan sugerente que no podía dejar de estremecerme. Él me sujetó por la cadera y empujo para que cupiera todo su miembro dentro de mi, lo hizo una y otra vez. Me satisfacía oírle gemir y verle disfrutar, su deleite era el mío propio. Entonces cambio su ritmo, empezó a empujar con más ímpetu, moviéndose conmigo en la naciente cúspide del orgasmo. Yo grité, clavando mis uñas en su espalda, y ambos placeres llegaron al mismo tiempo. Nos dejamos caer sobre la mesa liberados ya de nuestras tensiones. Gonzalo me abrazó y me estuvo acariciando, atendiendo todos mis deseos de forma dulce y cariñosa. Yo le correspondí. Era un hombre extraordinario, como pocos he conocido. Nos quedamos abrazados un buen rato, hasta que llego el momento de volver a la realidad. Nos vestimos y quedamos en vernos de nuevo.
Al llegar a casa Guillermo había llegado primero, entré y dejé mi bolso en el salón.
- Silvia, ¿te has comprado la gabardina?. En que estabas pensando te dije que se salía de nuestro presupuesto. Tendré que hacer más horas en la oficina para poder pagar tu capricho.
- No te preocupes seguro que tu becaría lo agradecerá sumamente. Cierto que lo dijiste, pero sabes que Guillermo: he dejado de escucharte.
- No empieces con eso de nuevo, ya te dije que fue un error que no se repetirá.
- Sinceramente Guillermo, el que se repita o no, me es completamente indiferente. Hoy he descubierto la clase de mujer que soy, y tu, estas a años luz de mí.
Búscate un abogado, quiero que te vayas de casa, he solicitado el divorcio.
- ¿Sin consultarme?.
- Guillermo no me hagas reír, ¿quieres?. ¿Acaso tu me consultaste si podías acostarte con tu becaria?.
Recoge tus cosas, mañana no te quiero aquí. No tenemos más nada de que hablar.
Me alejé por el pasillo. Me detuve y desabotoné mi gabardina dejándola caer al suelo, y continué andando desnuda hacía la habitación. Sabía que Guillermo estaría mirando, pero ya no me importaba, en mi sien perduraba el recuerdo latente de Gonzalo.
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