Se dice que las feministas existen

Ahora se lleva decir que las mujeres somos más inteligentes que los hombres, supongo que para compensarnos de siglos en los que nuestra supuesta imbecilidad no admitía dudas. Esta nueva afirmación, tan lúcida como la contraria, se espera en todos los coqueteos de terracita para sellar la mutua aceptación entre los sexos y dejar claro que los papeles han cambiado.

Tal descubrimiento lo manifiestan hombres de todo tipo, desde el macho al uso con el obligado tono de sorna, hasta el progre bien intencionado que, a pesar de su paso por altas instituciones académicas y partidos de izquierda, no ve en ello ni pizca de paternalismo. También sueltan esta joya filosófica muchísimas mujeres, claro, orgullosas de poder hacer varias cosas a la vez, al contrario que los hombres, atrapados en el sofá con la wii mientras ellas blanden el notebook en una mano, la escoba en la otra, como trofeos de victoriosa superioridad.

Aun así, las feministas a lo mejor no se han extinguido del todo. No me refiero como excepciones, sino como generalidad, como inmensa mayoría, como comunidad influyente, como lo que, por pura lógica, deberíamos ser todas las mujeres en lugar de aceptar condescendencias tramposas. Y bueno, ¿quién soy yo para decirles a otras mujeres lo que deben o no deben ser? ¿No es esto también condescendiente? Eso sí, que no intenten volver a convencerme de la incapacidad del sexo opuesto mientras salen corriendo del bar para ir a prepararle la cena al marido. De tanto apurar copas ajenas me estoy volviendo alcohólica, y el mío empieza a cansarse de verme entrar a tropezones a las tantas de la noche mezclando discursos reivindicativos con risitas tontas.