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Apollinaire

El nuevo crítico de arte

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«No entiendo cómo Picasso empezó pintando cuadros como Ciencia y caridad y después pintara cosas como ésta». Esto es lo que decía una señorita mientras visitaba el Museo Picasso de Barcelona en el mismo momento que la que escribe. La duda de la tal visitante me impactó no por el hecho de que no le gustara el cuadro que estaba observando (Copa y paquete de tabaco), sino por la «audacia» que suele tener la gente para valorar artísticamente si algo es bueno o no, sin tener la menor idea de lo que están viendo. Por mi parte preferiría oír: «esto me gusta» o «esto no me gusta»; pero, por favor, no juzguen cual crítico de arte.

Es en este punto que quiero reivindicar la importancia de la crítica de arte y de los críticos en general, y la figura de Guillaume Apollinaire (Roma,1880-París,1918) en concreto, ya que, a mi parecer, significó un cambio importante en la concepción de lo que representa un crítico de arte dentro de la sociedad.

Apollinaire llegó a París, el centro de la vanguardia artística de principios de siglo, a la edad de 20 años. Después de pasar unos meses viajando por Alemania e Inglaterra, volvió a la Ciudad de las Luces donde empezó a ser conocida su faceta de escritor y poeta. Allí frecuentó los cafés, los cuales eran el punto de encuentro de los círculos artísticos y literarios de principios del siglo XX, y pronto formó parte de los movimientos de vanguardia que surgían en ese momento; allí se hizo amigo de jóvenes pintores como Vlamick, Derain, Dufy y Picasso, que poco tiempo después serían tan famosos.

La pasión de Apollinaire por la poesía y la innovación se plasmó en unas obras rompedoras, obras que no son comprensibles sin explicar el lazo que las une con la historia. Su poesía refleja un mundo que se acaba y el inicio de una nueva etapa, en donde todas las actividades artísticas estaban gestando un nuevo rumbo hacia el que dirigir el arte. Apollinaire rompió con las formas clásicas, conservando el sentido de la musicalidad de los simbolismos y el lenguaje vivo y desenvuelto de la tradición popular.

Viviendo todos estos cambios y escribiendo como escribía, no es de extrañar que sus poemas empezaran a publicarse en revistas como La plume, La phalange o Le Mercure de France y que posteriormente surgiera una gran obra poética como Alcools (1913) a raíz de la recopilación de todos sus poemas. Además publicó clandestinamente novelas eróticas e hizo los prólogos para la colección Les maîtres de l’amour (1909), serie que inauguró con los escritos del Marqués de Sade (poco conocido entonces).

Apollinaire vivía la vida sirviéndose de ella como fuente de inspiración para la poesía. Así, sus apasionados amores se reflejan en los versos de La chanson du mal-aimé (1902) o Poemes à Lou (1915); otra fuente de inspiración fue la guerra, (de la que volvió herido), y de cuya experiencia surgió una significante colección de poemas, Calligrammes (1918), dominados por las imágenes de la cruel guerra.
En 1917 publicó L’esprit nouveau et les poètes y ese mismo año se estrenó Les mamelles de Tiresias, que él definió como drama surrealista, consagrándose a la vez como el portavoz de la nueva generación artística.

Pero, sin duda, la faceta más interesante de la figura de Guillaume Apollinaire fue la de divulgador de las nuevas corrientes, sobretodo pictóricas, que estaban surgiendo en ese momento, como fue el caso del Cubismo, y la poderosa influencia que ejerció en los artistas. Y fue a raíz de esta relación que surgió en 1913 la publicación de Les méditations esthètiques, la primera obra consagrada al Cubismo.

Ya en 1910 Apollinaire escribió una reseña del «Salon des Indépendants» de ese mismo año: «Si tuviésemos que describir la tendencia general de esta exposición, diríamos sin duda, y con gran placer, que nos encontramos delante de la derrota del Impresionismo». Y fueron estas palabras las que hicieron tomar conciencia a los pintores cubistas de que estaban inmersos en un grupo. Muchos de ellos, de hecho, ya se habían conocido tiempo antes, ya que todos coincidían en las veladas del café Closerie des Lilas. (Este se había convertido en el baluarte de la vieja generación de literatos simbolistas y de muchas figuras literarias como Apollinaire, Allard, Salmon y Mercerau.). Así fue como Apollinaire se dio cuenta de que el último estilo de Picasso, por aquel entonces, contenía los elementos de un arte nuevo, y percibió que la obra de otros artistas también evolucionaba hacia la misma dirección.

El salón del año siguiente fue la primera aparición de los pintores cubistas y sus cuadros, debida en parte a la insistencia del mismo Apollinaire junto con otros escritores. Al día siguiente las críticas fueron nefastas, a excepción, evidentemente, de la reseña del «instigador» en L’intransigeant que sirvió para convertirlo en el paladín del grupo. Posteriormente, Apollinaire seguiría publicando sus escritos en diversas revistas, además de ofrecer conferencias a favor del Cubismo y asentar a la vez sus bases. En su libro Les méditations esthétiques, que ya he citado como consagrador del nuevo estilo, existe una reflexión muy buena que sirve para explicar los cuadros de los que la visitante del Museo Picasso hacía tantos ascos. En esa reflexión, Apollinaire compara el arte griego y su concepción de la belleza con el Cubismo, que toma como ideal de belleza el universo infinito y no al hombre, como hacía el primero; así que tendremos como resultado una arte con múltiples planos.

La importancia, pues, de Apollinaire dentro del mundo del arte está demostrada, y es que, hasta entonces, la crítica de arte se había limitado a citar los cuadros de los diversos salones o exposiciones. La concepción de crítica de arte en el momento en que surgió de la mano de Diderot era muy diferente de la concepción que tuvo Apollinaire y de la que tenemos hoy en día. Las críticas de Diderot, como las entendemos actualmente, circulaban más bien en circuitos cerrados y a través de revistas minoritarias, y su función «oficial» era, más bien, la de ejercer de salonnier, o sea, la de cronista de salón. En cambio, la actitud de Apollinaire es la de un crítico que se relaciona con los artistas y se compromete con el arte de su tiempo abiertamente, aunque sea consciente de que no todo el mundo estará de su parte.

El crítico de arte actual debe buena parte de su importancia y prestigio a Apollinaire, ya que supo ver que los nuevos estilos que se estaban gestando en ese momento ofrecían toda una serie de nuevas posibilidades al mundo del arte, y efectivamente el tiempo le ha dado la razón. Guillaume Apollinaire, en boca de Ribemont-Dessaignes, fue un personaje «situado en el centro de su tiempo como una araña en el centro de su tela». Y así debe entendese la figura del crítico de arte: de una persona que se interesa por el arte, que lo estudia, lo analiza y lo valora según su criterio tras un trabajo coherente.

Así que, después de lo dicho desearía que ciertos visitantes de museos no ejercieran tan a la ligera el papel de crítico de arte y se limitaran a formular opiniones personales un poco más modestas delante de algo que desconocen.

Eva Poveda

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