Txema Espada Calpe | encanal |
28-09-2001 00:00
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El film del director Ridley Scott levantó gran polémica desde su pre-estreno. Su primera versión fue retocada antes de su comercialización definitiva para suavizar los aspectos más nihilistas o hacer más tragable el film al público americano que no está familiarizado con textos-visuales de tipo más filosófico. El directors cut variaba en tres aspectos: el final es menos idílico, sin huida a una naturaleza todavía luminosa y virgen (escena que se incluye en la segunda versión y que es tomada de grabaciones de archivo); no existía una voz en off al comienzo del film, e incluía una escena onírica de difícil interpretación en la que introducía un sugerente unicornio y que le daba un toque de misterio y profundidad mayor1 .
Los cambios redundaron en un mayor éxito taquillero y en una mayor difusión entre un público general que sólo buscaba entretenimiento. La versión del director mantenía una mayor coherencia sin efecto balsámico alguno. Un elemento interesante de su éxito y difusión es que llevó un universo simbólico y un debate académico e intelectual ciertamente elitista a un público general poco receptivo a unos debates posmodernistas poco comprensibles para los legos. La película es aparentemente un film de acción, aventura y suspense con una relativamente fastuosa puesta en escena futurista (Scott recurrió a los diseños del cómic Moebius, The long tomorrow- y de la arquitectura).
Las interpretaciones, al existir dos versiones, se han multiplicado: algunos han señalado que su éxito se basa en que trata uno de los eternos temas, una historia de amor imposible en un mundo hostil entre un replicante2 (Rachel) y un humano (Deckard). Otros autores la describen como obra de ciencia-ficción, que responde entonces al deseo de vislumbrar cómo será la sociedad del futuro. Otros críticos resaltan el escenario y la arquitectura como una metáfora del mundo real. El plano general del Los Ángeles del siglo XXI de Ridley Scott contrasta vivamente con las imágenes que pudimos contemplar en los disturbios raciales y la revuelta de Los Ángeles en 1992: explosiones, luchas callejeras, la ciudad en llamas. La mixtura de viejo y nuevo, el cosmopolitismo desordenado y amalgamado que ya se masca en esta década se combinan en la película en un ambiente decadente marcado por el desastre ecológico consecuencia de la combinación de desarrollo basado en tecnología y capitalismo. El sociólogo David Lyon utiliza la película para introducir su libro Posmodernidad señalando esta amalgama de lo moderno y lo antiguo, los vestigios de modernidad, residuos de progreso, junto al predominio de la alta tecnología y la desaparición de la naturaleza. Un paisaje de multitud cosmopolita y abarrotada puebla las calles llenas de luces de neón frente a la oscuridad del cielo. Esto contrasta vivamente con la existencia de gran cantidad de edificios despoblados, abandonados. No quedan restos de familia, apenas se ven niños. Las personas aparecen como individuos aislados. Parece la pesadilla que persiguió a Durkheim, un paisaje de anomía y desintegración. Las fotos reflejan un mundo en el que existía el hogar y la destrucción ambiental no había llegado todavía, en el que existía luz y no la eterna oscura lluvia. En la megalópolis reina el caos junto a poderes absolutos que no vertebran la sociedad. No hay organización social alguna, no hay políticos ni Estado. Aparecen dos poderes cuasi absolutos, la policía y la Tyrrell Corporation. El despiadado mercado ha triunfado junto al Estado Mínimo que simplemente cumple funciones de control y defensa del propio mercado. No hay ninguna estructura social clara. La sociedad de Blade Runner es esa mixtura ya apuntada de interculturalidad, de pobreza y alta tecnología, de pasado y futuro, y de consumismo. Naves-anuncio recorren la ciudad con grandes luminosos anunciando la comercialización de la redención: empiece de nuevo en las colonias exteriores. La civilización ha fracasado y el progreso está en ruinas. Una sociedad hedonista que ha creado nuevos esclavos, replicantes a su servicio, que sin embargo se revelan contra sus amos. Pero apenas se vislumbra, ni en la tierra ni en las colonias exteriores, posibilidad de volver a ese paraíso perdido, a esa antigua ingenuidad, a un mundo más habitable y humano. El espacio exterior se convierte en nuevo horizonte de conquista y dominación, arrebatado en guerra contra los extraterrestres. Expresa el último extremo del deseo de dominación propio de la modernidad y de su afán depredador, pero ya no hay una redención final sino que se muestra como un inexorable destino en el que sólo cabe la salvación individual, pero nunca la colectiva. Esto hace que Blade Runner pueda ser considerada como una obra distópica.
Para ciertos autores, bajo el formato y la envoltura de serie negra se esconde una reflexión sobre el tema de la inteligencia artificial y los androides. La creación de vida artificial mediante ingeniería genética remite al prometeico Frankenstein de Mary Shelley, símbolo del enfrentamiento del hombre frente a la naturaleza y frente a Dios que, por su deseo de dominarlos, de crear vida, acaba por fracasar. La tecnología crea monstruos que se vuelven contra sus propios creadores (Goya: el sueño de la razón produce monstruos). Los replicantes acaban matando a su creador. Pero ni Frankenstein con su cerebro de criminal, ni los replicantes con su cerebro programado, están determinados, sino que en su corta vida aprenden, sienten... son personajes ambivalentes, henchidos de deseos de vivir, y su carrera de asesinatos no tiene más fin que luchar contra su destino programado. Buscan un status humano, se aman, se apoyan frente a un mundo que los ha creado como sofisticados nuevos esclavos para la guerra y el placer. Deckard, el personaje con el que supuestamente deberíamos identificarnos, y que da nombre a la historia y presta el hilo argumental, es un egocéntrico y violento humano, atormentado por un mundo derruido en el que sólo cabe el sálvese quien pueda. Deckard es despreciable, no tiene escrúpulos y está guiado por el mero instinto de supervivencia, y sin embargo se busca a sí mismo a través de su investigación policial. El Blade Runner ama a Rachel como a una igual, la redime y nos plantea una de las preguntas más inquietantes sobre los productos de la tecnología, sobre la vida, que es el replanteamiento de los códigos morales frente a la vida artificial.
Blade Runner alcanza apoteósicamente su culmen con una paloma, que con su vuelo bajo la lluvia, atestigua la muerte del último replicante a retirar, Roy Batty, el Nexus 6 de combate. En un gesto inesperado salva la vida a su verdugo, mientras agónicamente apenas puede retener su propia vida que se le escapa a toda velocidad por esa mano herida que mantiene la fuerza suficiente para salvar a Deckard. Según ve a éste a punto de caer al vacío pendiendo de una viga, le dice: es duro vivir con miedo, eso es ser esclavo. Atónito y sin aliento, pero ya a salvo, Deckard escucha las últimas palabras de Roy: «espectáculos y experiencias que jamás un humano haya conocido»,y «todos los momentos de la experiencia se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia», en esa lluvia gris, ácida, nuclear. No hay una acumulación, una historia, o un progreso; la sociedad no sigue ningún camino que lleve a un estadio superior.
Gazz (jefe de policía de origen oriental que hablaba interlingua idioma pidgin- y hace continuamente figuritas de papel) estuvo en el apartamento de Deckard donde se resguardaba Rachel y dejó un unicornio de papel. En la versión del director, el unicornio de Gazz aparece bajo un rayo de sol en la puerta del apartamento al final de la película junto a su voz de fondo que repite las palabras que pronunció en el tejado tras recoger al Blade Runner abatido que había cumplido su misión: «es una pena que la chica no pueda vivir, pero ¿quién vive...?. Deckard y Rachel seguirán huyendo y luchando hasta que sus fechas de caducidad lleguen pero aquí acaba la película, en una asfixiante angustia, del que se sabe perseguido por una maquinaria sin razón y sin futuro.
¿Son los replicantes, esos horribles monstruos prometeicos, «más humanos que los humanos» (lema de la Tyrrel Co)? Creo que el film cuestiona qué es la condición humana y al mismo tiempo anticipa los debates surgidos con el desarrollo de la ingeniería genética y la clonación, ya augurada por Aldoux Huxley en Un mundo feliz. La aparente diferencia entre los humanos y los replicantes es que los humanos tienen una biografía, tienen una infancia. Los replicantes, en su deseo de comprenderse, buscan su pasado, necesitan de las fotos para reafirmarse, para crear su propia identidad en su corta, violenta, plena y fugaz existencia. ¿Es el pasado, la memoria, lo que confiere la condición humana? ¿No son nuestros intentos de dar una coherencia a nuestra experiencia y biografía tan angustiosos y artificiales como los de los ingenuos replicantes atropellados por su corto pasado?
El tema central de la película es la retirada de los replicantes. La misma afirmación irónica de retirada muestra el talante eufemístico del poder, esta operación del lenguaje intenta negar el estatus casi humano de los replicantes y legitima la operación de asesinato, de tal manera que para un espectador poco atento matar un replicante supone una victoria. El discurso es agonía en su sentido de lucha por el significado y el poder. Deckard ni siquiera es tan ingenuo, vive su obligado trabajo con culpabilidad y atormentadamente, sabe que si no se pliega a los requerimientos de la todopoderosa policía y de los intereses de la Tyrrell Corporation, puede ser él mismo el retirado. En la segunda versión no se vislumbra tanto, pero en el directors cut queda abierta la puerta a la posibilidad de que el mismo Deckard sea también un replicante. Su observación de las fotos de su infancia, los juegos de palabras sobre la fiabilidad de las pruebas para determinar quién es un replicante o no y si él ha pasado alguna vez tales pruebas, la falta de vínculos de ninguna clase
Deckard comenta en voz de fondo en la versión doblada española: se supone que los replicantes no tienen sentimientos, y que tampoco los tienen los Blade Runner. ¿Qué demonios me estaba pasando?. El dilema de la identidad como biografía preocupa tanto a los replicantes como a Blade Runner. El pasado puede ser un invento, un injerto (como con Rachel), una ilusión construida con la que se imagina-recuerda. ¿Qué realidad tiene prioridad? Se hace patente que la biografía es creada y reconstruida y que sobrestimamos la mismidad de un yo único, estable, coherente. El yo es un estar, un proceso, que a cada paso reconsidera su peculiar forma de estar en el mundo, un yo en diálogo que al igual que el progreso puede conducirse a la autodestrucción. Las fronteras entre replicantes y humanos se difuminan.
En uno de los diálogos Rachel pide permiso a Deckard para hacerle una pregunta personal: «¿No ha retirado a algún humano por equivocación?» Deckard lo niega, Rachel le echa en cara que en su situación corre ese riesgo. ¿Es posible una actuación tan drástica sin cometer errores? Retirar a los replicantes supone que el poder necesita ocultar sus errores y sus monstruos. La entrada en la tierra estaba prohibida a los replicantes desde que se descubrió que algunos replicantes desobedecían su programa. La policía procede a la retirada de los replicantes sin que la población conozca de la presencia de éstos en la tierra. La aplicación de la tecnología implica un riesgo y un peligro que se asume en medida cada vez mayor. Esta es la dinámica que hoy en día vivimos con relación a la crisis ecológica. Los intereses económicos de distintas corporaciones, estados e individuos que podríamos denominar centro, necesitan invisibilizar, ya sea negando o alejando, para sus propias poblaciones las consecuencias de sus propias acciones en el medio ambiente3 .
Las distopías, como las utopías, intentan modificar el presente mediante un fuerte impulso ético. Varios elementos se repiten frecuentemente en las distopías: la desconfianza si no rechazo abierto a la ciencia y sobretodo a su aplicación sobre los humanos, ya sea en forma de conductismo psicológico, manipulación biológica o ingeniería social. Otro tema central es la desaparición del individuo, ya sea en un totalitarismo, ya sea en una sociedad de consumo masa, ya sea en una sociedad en la que la infelicidad esté proscrita y se consiga mediante drogas y medios artificiales, o en la que no exista la individualidad ni siquiera en el lenguaje de manera que el individuo no pueda ni pensarse como separado de la colectividad.
Las distopías no renuncian a un mundo mejor, pero nos alertan de los posibles futuros implícitos en nuestras ingenuidades del presente, y nos interpelan para no llegar a ellos. Lo específico de la posmodernidad y quizá de la distopía es su descreimiento de las promesas de la razón. Y la dificultad de proponer un proyecto futuro está en que quizá haya que pensar en que no cabe un horizonte universal único, sino que hay que aceptar la diversidad y la pluralidad de horizontes. Blade Runner para ciertos críticos sería el epígono de una distopía del siglo XX cada vez más envuelta en el género de la ciencia-ficción.
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