OPINIÓ

El caso de la gata Mónica (2ª parte)

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La encarnizada polémica suscitada por mi anterior artículo no deja de intrigarme, y por eso he decidido escribir las siguientes reflexiones. Debo aclarar, antes que nada, que los comentarios de muchos lectores no me han sorprendido. Llevo muchos años en el movimiento de defensa animal y siempre son los mismos. Y es que no varían ni las pausas, oigan. Así, cada vez que defendemos o lloramos a un animal, sale el original “pero si sólo es un gato (o perro, o caballo)”. A esto se suma el socarrón de turno haciendo el chiste fácil, el que defiende furiosamente los derechos humanos (éste, estoy segura, comprometido miembro de varias ONG´s), y el que insulta, generalmente utilizando el sempiterno adjetivo “patético”, quedándose satisfecho con su contundente sabiduría.

Lo que sí me sorprende es cómo esta buena gente se ha montado toda una película sobre mi vida. Se ha dicho que me preocupan más los animales que las personas, y yo, buscando desesperadamente la frase donde declaro tal cosa en el artículo anterior, pienso que habrá sido una muy expresiva coma la que ha revelado algo que debía estar en mi subconsciente, y que yo ni sabía. También se ha dicho que necesito más contacto con seres humanos. Vale, les prometo que voy a investigar a mis familiares y amigos porque igual no son lo que parecen y ahora resultará que toda la vida me he estado relacionando con una panda de tentetiesos. Un señor comentó que no estaba de acuerdo con el nombre que le puse a mi gata, porque era nombre de persona. Fue un comentario hecho con respeto (uno de los pocos en los que se mostraba desacuerdo sin escarnio), y que por lo tanto yo también respeto. Pero luego hubo otros que me decían lo mismo entre gritos e insultos. Caramba, si supieran los nombres de todos mis gatos, prepararían las antorchas y, en masa encolerizada, vendrían a buscarme por la noche para lincharme.

Además, se ha dicho que estoy mal de la cabeza, en parte por el comentario posterior que hice acerca de los “españoletes santurrones” y que fue interpretado como un insulto a todos los españoles. Pero sin nos fijamos en la concordancia entre los elementos de la frase, sabrán que me refiero precisamente a un tipo de español, y no a todos los españoles ni muchísimo menos, ya que en el artículo mencionaba que el mundo también está lleno de gente valiente y decente, y todas las muestras de solidaridad que he recibido lo corroboran. Pero no pasa nada, la semántica no es el punto fuerte de todos.

Permítanme que explique la razón de éstas palabras, que querían ser una respuesta al comentario de otra persona que tachaba la preocupación por los animales como muestra de una sociedad infantil. Según Gandhi, “la grandeza de una nación y su progreso moral pueden medirse por el trato que reciben sus animales”. Quede tranquilo pues, caballero, pues en nuestro país de progreso moral sabremos poco, pero somos de una madurez envidiable.

Está claro que no se puede obligar a nadie a pensar como uno mismo. Pero otra de las cualidades de las sociedades infantiles es el respeto hacia la diferencia (mientras ésta no dañe a terceros), algo de lo que aquí carecemos bastante. La indignación moral con la que estos buenos señores han respondido a mi artículo, excusa para un ensañamiento que me ha dejado perpleja, hace que me pregunte, ¿no tienen otra cosa que hacer? ¿No hay nadie que les ofrezca un cursillo de punto de cruz o de pizzas hawaianas? Acepto, como ya he dicho, las opiniones opuestas, pero, ¿a qué vienen el desprecio, la prepotencia, el ninguneo y la burla? Es que a mí jamás se me ocurriría emplear mi valioso tiempo en menoscabar la tristeza de otra persona, aunque no entienda ni comparta la razón de su dolor. Será que me falta la humanidad que a ellos les sobra.

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