Referèndum

1 de octubre en medio de la España profunda (1a parte)

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He tenido que poner 800 kilómetros de por medio para encontrar nuevas respuestas a mis preguntas. No quiero resignarme a que otros puedan tomar decisiones trascendentes en mi lugar a sabiendas que eso es lo más probable que suceda. Lo primero lo deseo, lo siguiente me desborda y me lleva a la realidad de la que pretendo escapar.

Esa palabra tan recurrente en las últimas semanas: la equidistancia, no solo ha de servir para que unos y otros se alineen en la fila que deseen. Más bien su uso en positivo nos tiene que servir para establecer que la distancia entre unos y otros es la misma, en cualquiera de las dos direcciones. Observarla ha de respetar tanto su dimensión física como la capacidad para otorgar al otro las mismas herramientas que queremos emplear nosotros. Eso en mi catálogo de derechos y deberes es un valor fundamental que me permite creer en este meta objetivo en el que se ha convertido para mí la democracia. Hoy, aquí y ahora, el uso que se le está dando me deja ver lo lejos que está mientras pensaba que lo tenía aquí a mi lado, al servicio de todos.

Yo también tuve dieciocho años (ahora tengo cincuenta y cuatro) y viví una juventud intensa, llena de emociones e idealismos por los que no dudé en su momento en ser un “subversivo”. Mientras, me sentí perseguido en compañía de otros que manifestaban pensamientos semejantes. El tiempo, la experiencia, el aprendizaje y también las decepciones transformaron (como más adelante comprendí) que una idea común podía razonar plenamente el que me alineara con otros con los que más adelante mostraría disidencia y que esto además de no ser malo, era algo buenísimo. Con mi implicación y la de otros como yo se construyó el ideario que diseño un país nuevo llamado: “España democrática”. En realidad, algo tan artificial como efímero que el tiempo está demostrando frágil por su intransigencia e inflexibilidad. Observo con tristeza como todo el peso de la resistencia al cambio se empecina ahora en demonizar a aquellos que han puesto el dedo en la llaga para enfocar el origen del problema. Observo atónito una vez más, como el problema de una parte, es la ventaja de la otra y que la parte aventajada pone en valor todo su poder para inmovilizar la discrepancia. Eso, mis queridos lectores no es equidistancia, o por lo menos no es la equidistancia que sirve para sumar.

Entre tanto, yo si hice la mili coaccionado por la realidad reinante. Me comí un año y medio en la Infantería de Marina (pagada de mi bolsillo), mientras era testigo de cómo los que por detrás venían disconformes, se declaraban insumisos y desobedientes. Ingresaban en prisiones militares hasta que la realidad y su poderoso peso terminó por sepultar ese anacronismo diseñado para que todo varón español sintiera el peso de un fusil en sus manos y la entrega de tu única posesión (la vida) a los intereses de terceros ajenos a ti.

Regresa una vez más esa sensación de vivencia vivida que me sirve para poner de nuevo en valor el concepto de la desobediencia civil. Mientras, me apunto en la cabecera de mis notas una frase de Erich Fromm que dice: “El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”. Lo puedes creer, hacerlo tuyo o repudiarlo. Ten en cuenta que la realidad es impertinente y regresa tantas veces como sea necesario.

Escribo muy lejos de ese territorio insumiso lleno de catalanes para ser un catalán rodeado de castellanos que me permitan ver por penúltima vez que opciones de equidistancia están dispuestos a mantener conmigo. Para escuchar desde su corazón, sin son capaces de albergar algún proyecto que nos sirva a todos. De momento, solo escucho el discurso de la ley en un dictado rancio que recuerda a aquello por lo que en algún momento luché pensando en mi ignorancia que había sido derrotado. Siento que el músculo del debate está atrofiado a base de utilizarlo muy poco o de hacerlo para aquello que está distante (no equidistante) del verdadero foco que puede permitir el encuentro con soluciones negociadas. Es una lástima que esta última opción no sea la primera en la mente de todos. Que solo el ventajismo que procura la victoria y el logro del poder de unos sobre otros se convierta en la única línea de acción posible. Que se pretenda obtener réditos eternamente de ello.  Así no vamos a ningún lugar distinto en el que estamos. Así estamos en aquel momento que los viejos de este lugar no desean recordar. Está tan presente porque parece que nunca se fue. Cambiaron las fachadas, pero mantuvieron los tabiques. Aquí, en este momento de equidistancia me lo miro de cerca para comprender algo que se nos está escapando. Hay que poner de nuestra parte con perspectiva y mesura sin permitir, con asertividad y proactividad para ser todo lo desobedientes que esta democracia necesita para sobrevivir.

¿Estamos todos dispuestos a poner en tela de juicio lo establecido?... La primera respuesta que recibo no es verbal. Miro a mi alrededor y veo la decoración de los años ochenta con una sutil e importante salvedad: se construyó en 2012. En este lugar de la lejana Castilla me está dejando frio algo más que las bajas temperaturas. Una sociedad moderna no puede responder en el siglo XXI con respuestas del XX. La voz de las personas se define con el silencio o con el peso de la ley. Sus paredes con la falsa modernidad de lo antiguo.

Me dicen que ya les va bien así. He venido a buscar alguna respuesta nueva y desde luego su si a esto es un claro no a lo mismo desde el otro lado de la calle. Cada cual se quede con sus miserias sin que salpiquen a los demás. Querer algo mejor, algo distinto, es una loable aspiración de las personas que desean para conseguirlo organizarse de manera diferente. Su derecho y el mío son la misma cosa y para ello hay que opinar con un si o con un no mientras alguna mente fresca no tenga algo nuevo que decir para construir en lugar de demoler.

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